martes, 27 de agosto de 2013

EL CLAN DE LA ROSA (I)

Podría decirse que nunca había destacado hábilmente en nada, que siempre había pasado desapercibido sin ser objeto de demasiadas atenciones o miradas,y quizá, en esa capacidad para no hacerse notar residía su propio éxito, o lo que él entendía como tal. Algunos lo tildaban de capacidad camaleónica para saber adaptarse a todas las situaciones y creyéndolo una virtud lo habían erigido máximo representante de las aspiraciones, anhelos y deseos de la organización. 
Una organización que había nacido con el loable propósito de satisfacer las necesidades básicas de su gente, aunque con el tiempo habían descubierto que cubrir las necesidades básicas de unos les permitía a ellos proporcionarse cierta superfluidad, a la que sin ninguna dificultad habían sabido acomodarse. 
Y ahora le tocaba a él seguir manteniendo ese acomodamiento, por eso, sin grandes aspavientos y con una actitud más bien insegura, de mirada huidiza y algo cabizbajo, no levantaba la voz más allá de lo que él podía considerar zona segura, es decir, aquella que les aseguraba la posición sin arriesgar demasiado, esperando que las dificultades se diluyeran. 
Aunque su parco discurso no era el mismo bálsamo para todos y algunos en la organización empezaban a rebelarse, reclamando cambios, exigiendo una nueva voz, quizá con mayores aspiraciones a consolidar sus estatus o algún enajenado suspirando por la restauración de aquellos primeros principios éticos.
Sin ningún ánimo de abandonar su presitigiosa posición, sospechaba de las argucias que se fraguaban a sus espaldas, de los corrillos en los pasillos de la sede que se silenciaban a su paso, de las sonrisas complacientes y de los halagos sin mesura. Por tanto sabía que más pronto que tarde le invitarían a marcharse, aunque no movería ni un solo dedo hasta tener bien asegurado indefinidamente su futuro. No aceptaría cualquier migaja, después de todo aquella era una organización que garantizaba necesidades y él, a estas alturas, tenía demasiadas.